Я писала пост 20 минут!!!!!!!!!!!!! Разработчик новой версии Эксплорера, о где ты?????????????
Короче. Выпала из-за срочной работы. Конкретные предложения могут вносить любые участники, решаем вместе.
Мои предложения (для примера):
Номер 1. Хуан Мадрид. И диалоги вам - их есть у меня, и сюжет, вроде
El túnelMientras corrían, el americano disparó dos veces por encima del hombro, sin apuntar. Lo hizo para ganar tiempo a la policía, que se agolpaba al otro lado del túnel por donde ellos hubieran tenido que salir. En la calle, frente a la joyería, seguramente ya estarían cazando al resto de los compañeros. Pudo escuchar el tlanc-tlanc del eco de sus propios disparos, con los ruidos sordos de la policía al otro lado, su respiración entrecortada y los pasos del Loco Tadeo y El Bujías, delante.
Corrían por el pasadizo subterráneo y todavía faltaba mucho para llegar a la trampilla, cuando escucharon las voces roncas increíblemente cercanas y la tenue luz.
—¡Ya están ahí! —exclamó El Bujías.
—¡Sigue, no te pares! —Habló el americano.
De nuevo hizo sonar otras dos veces su pistola sin dejar de correr. Por los ecos del túnel supo también que no eran muchos persiguiéndoles. El Bujías corría con los faldones de la camisa fuera, gruñendo como un cerdo. El americano les adelantó moviendo los codos como las aspas de un molino. Ahora fue el inconfundible sonido de un subfusil de la policía. Sintió la cadencia del arma entre el ruido de tantos zapatos en el piso mojado y oscuro del pasadizo y encogió la espalda.
—¡Ametralladoras, tienen ametralladoras! —articuló, detrás suyo, el Loco Tadeo.
—¡En zig-zag, corre en zig-zag! —bramó el americano.
Allí, a unos metros, estaba la trampilla que desembocaba en el cuarto de calderas de aquel hotel, por donde habían entrado al pasadizo y por donde pensaban asaltar la joyería. Los otros entrarían por la calle.
«No dará tiempo a abrir la trampilla y a que pasemos todos. Quizá pueda pasar uno, pero no más. A los demás nos freirán, vienen a matarnos —pensó el americano—. Si no fuera por las ametralladoras, todavía...»
Detrás suyo escuchó un ronco gemido. Se volvió. El Loco daba una voltereta de circo y salía despedido hacia adelante. Se detuvo y, agachado, retrocedió unos pasos.
—Loco, Loco —llamó.
Le tocó.
—Vamos, Loco —le dijo y, después, cuando le distinguió la cara entre la humedad del suelo y la sangre, con un enorme agujero negro donde antes había tenido la nariz, retrocedió.
Entonces rebotaron las balas en la pared y en el techo.
—¡Bujías! —gritó—. ¡Le han dado al Loco!
No le respondió, pero creyó escuchar un ruido metálico al final del túnel. «La trampilla», pensó. «Ese maldito ha alcanzado la trampilla.»
Se volvió y, sin dejar de correr, disparó otra vez con su automática. El aire ya no le entraba en los pulmones y el costado era un hueco por donde le cortaba un cuchillo al rojo. El dolor era insoportable.
«Les llevamos ventaja», pensó de pronto. «Y, si fueran listos, se hubiesen parado a barrer el túnel con las ametralladoras, pero corriendo no podrán hacer blanco si no es por casualidad.»
Cuando llegó a la trampilla El Bujías intentaba levantarla. Tenía la boca abierta y jadeaba.
—Está... está cerrada, americano —articuló.
—No puede ser —contestó, tirando inútilmente de la argolla—. ¡Dios santo, no puede ser!
—Está atrancada.
—Escucha, vamos a abrirla, no nos pongamos nerviosos. Les llevamos ventaja. Voy a pararlos un poco, pero por Dios, date prisa.
Se tendió en el suelo, sacó tres cargadores y los colocó al lado. La agitación del pecho hizo que se balanceara como si fuera en barca. Con las dos manos apretando la culata de su automática, apuntó a la oscuridad y disparó. Fue disparando despacio, con cuidado, intentando barrer toda la extensión del túnel.
«Mientras no traigan reflectores», pensó.
—No puedo, americano —susurró El Bujías—. Está atrancada, no sé lo que pasa, Esta jodida trampilla está atrancada.
—La hemos abierto antes y la podremos abrir ahora. Conserva la calma.
—Vete a la mierda —silabeó—. Tú y tu calma. Nos van a freír aquí.
Lo escuchó gruñir. El Bujías era un estúpido fanfarrón. Siempre lo había sido. Hubiera preferido estar ahora con el Loco y con él. El Bujías no tenía amigos y si le aceptaban era por ser un buen conductor y entender de motores. Pero el Loco era diferente. Le gustaba bromear. Y ahora estaba allí, en mitad del túnel, desangrado y muerto.
Dejó de disparar. Sacó el cargador vacío y lo cambió por otro. No se escuchaba nada, sólo los jadeos del Bujías intentando abrir la trampilla.
«Se han detenido. No deben querer arriesgarse», pensó.
«Han debido ver el cuerpo del Loco y han pensado que podía ser una trampa. Pero no tardarán en darse cuenta. Al fin y al cabo no son tan tontos.»
Una ráfaga de fusil ametrallador, mezclado con disparos de pistola, hizo que pegara la boca al suelo. Olía a grasa y a sucio y el agua le mojó la cara.
De pronto el silencio se hizo absoluto. Los disparos cesaron y la tenue luz que se filtraba desde alguna parte, cesó.
Chistó a El Bujías.
—¿Eh, Bujías? —susurró—. No hagas ruido, nos pueden localizar.
—¿Cómo quieres que abra esto sin ruido?
—Calla. Saben que no nos hemos ido aún. Nos están intentando localizar.
«O están aguardando a los reflectores», pensó.
No los podía ver ni oír, pero sabía que estaban en algún lugar del túnel, quizá tendidos en el suelo como él. No serían muchos. Dos, tres o, a los más, cuatro. Todos tiradores de élite. Lo mejor del cuerpo. El resto aguardaría fuera. Meterse en un túnel oscuro, sin saber lo que habrían de encontrarse, era tener agallas. ¿Cómo pudo pasarles eso a ellos?, estaba verdaderamente bien pensado ese atraco. El descubrimiento del túnel, uno de tantos que atraviesan el subsuelo de Madrid, había sido de Matías. Y justo, el túnel pasaba bajo el hotel y la joyería.
El plan fue de Matías y Sempere y luego, ellos dos se lo fueron contando a todos los demás. Al Loco Tadeo, al Bujías y a él. Nada menos que un almacén de joyería con un sótano lleno de cajas fuertes, donde el oro sería lo menos valioso. Y Matías y Sempere recorrieron el túnel dos veces haciéndose pasar por clientes del hotel. Las alarmas estaban al otro lado, en el vestíbulo de la joyería y en las entradas al sótano, pero no en la pared que comunicaba con el hotel.
Y, ahora, el Loco estaba muerto y los demás en manos de la bofia, malheridos o también muertos.
Se arrastró hasta la trampilla. El Bujías, con una navaja, recorría los bordes de la placa de hierro. Le acercó la boca al oído y sintió su aliento pegajoso.
—¿Qué pasa? —susurró—. ¿Va cediendo?
—No puede estar cerrada. Hace muy poco que hemos pasado por aquí. Debimos dejarla abierta.
—Desde dentro no fue difícil abrirla. No puede pesar tanto.
—¿Entonces?
«Alguien la ha cerrado», pensó, pero no lo dijo.
—¿Te acuerdas del cuarto de calderas? Algo se ha debido correr, un tubo o un cajón y ha enganchado el soporte.
—¡Y qué, el caso es que no podemos salir! —El Bujías se pasó la mano por la cara—. ¿Qué estarán haciendo?
—No lo sé.
—Y pensar que estamos a un paso de la calle. ¡Dios!
—Cálmate.
—Cálmate tú.
—No ganamos nada poniéndonos nerviosos.
—¿Se te ocurre algo?
—No.
—Entonces cierra el pico.
Dejó de hurgar con la navaja. Su saliva le salpicó en la cara.
—He perdido la pistola —dijo El Bujías en voz baja. —Me quedan dos cargadores.
Una gota de agua cayó en alguna parte y les pareció un ruido estruendoso.
—Mejor es entregarnos, americano.
—Vienen a por nosotros, Bujías. ¿No te das cuenta? Han tirado a matar desde el principio. No serviría de nada entregarnos. Deben creer que somos terroristas o algo así.
—¡No digas tonterías!
—En cuanto te levantes, encenderán los reflectores y dispararán.
—Bien, dime tú entonces lo que podemos hacer. Tú siempre te lo sabes todo. Eres un listo. Anda, suéltalo. No pudo ver sus ojos, pero se los figuró tal como eran. Pequeños y arrogantes y ribeteados de negro como los de las mujeres.
—Vamos a abrir la trampilla y marcharnos. Nadie conoce la salida de este túnel. Recuerda que nos espera un coche.
—¿Y la Policía, maldita sea, cómo te explicas a la bofia esperándonos en el almacén?
El americano se movió en el suelo y apretó la pistola. La oscuridad se cernía alrededor. Ningún compañero pudo haber ido con el cante a la Policía. Era imposible.
—Debió ser un sistema de alarmas que no conocíamos. Se activaría al empezar a golpear el muro. Sí, sería eso —dijo para sí mismo, con la cara pegada al suelo.
—¡Ese Matías, hijo de puta! —ladró—. ¡Un golpe perfecto! ¡Lo mataría con mis manos! ¡Ha dado el chivatazo, ha sido él! —se revolvió en el suelo—. ¡Ese hijo de puta se ha chivado a la bofia!
El americano negó con la cabeza, pero estaba oscuro y El Bujías no lo vio. ¿Qué sacaría el Matías organizando un golpe y luego yendo con el cante?
—Me voy a entregar —dijo El Bujías con voz ronca—. Yo me entrego. No quiero que me maten.
—No hagas eso, Bujías, aguarda un poco. Espera.
Se incorporó jadeando. Lo cogió de los faldones de la camisa.
—¡Quédate quieto! —susurró con fuerza.
No vio el cuchillo. Sintió cómo se le clavaba en el costado. Fue un latigazo de dolor caliente, una corriente eléctrica que le inmovilizó.
El Bujías se deshizo de su mano que le apretaba y se incorporó. Comenzó a gritar antes de ponerse de pie y siguió gritando mientras corría túnel adelante.
—¡No disparéis, me rindo, no disparéis! —gritó.
El americano alzó la pistola con dificultad. No lo veía, pero sabía dónde estaba por los gritos y los pasos. Una cortina roja le enturbió los ojos y no disparó. Los golpes de los tacones de El Bujías eran audibles.
La ametralladora comenzó antes que el reflector. Lo vio girar en medio de un cono de luz, como si bailara, caer al suelo y luego levantarse. La luz se mantuvo fija en él y pudo ver cómo movía una pierna antes de quedarse completamente inmóvil.
«Tenían los reflectores», fue lo último que pensó.Много? Есть покороче, он же.
Номер 2. Хуан Мадрид.
Me lo dijo AdelaBueno, estaba yo en el bar de Ferrándiz con los amigos. O sea, Julito, Lolo, Tomasín, el Barquero, Santiago y el mismo Ferrándiz. Estábamos en la barra dale que te pego con las cañas. Y entonces va el Ferrándiz y dice:
—¿Quién sabe cómo lo tienen las negras, eh? Vamos, ¿quién lo sabe?
—Pues negro —dice Lolo.
—No —dice el Tomasín—. Lo tienen muy extendido y rizado. Así lo tienen, si señor.
—¡Extendido! —afirmó el Barquero—. ¡Bah!
Yo terminé mi cerveza.
—¡Ferrándiz otra caña! —le dije.
—¡No grites, coño!
Me la sirvió. Bebí otro poco.
—Pues uno me dijo una vez, uno de Villa García de Arosa, ¿no? me dijo que un día se encontró a una negra que lo tenía rubio —dijo el Barquero—? Fijaros, rubio.
—¡Je, je, je! —reí yo—. Rubio.
—Sería portuguesa —movió la cabeza Julito—. Muchas portuguesas se lo tiñen de rubio.
—Eso sería —asintió el Barquero.
—Bueno —salta el Ferrándiz de nuevo— mira que sois pardillos. Las negras lo tienen rizado y aplastado, eso es. No sabéis nada.
—Eso ya te lo hemos dicho —dijo el Lolo.
—Ya te lo hemos dicho, Ferrándiz —le digo yo.
—No, no me habéis dicho nada...
—¡Una caña, Ferrándiz! —pide el Tomasín.
—¡Eh, Ferrándiz, dale una cala al Tomasín! —le pido yo.
—¡Estate quieto, coño! —me dice el Ferrándiz—. Toma.
—Ferrándiz, compadre, se me ha caído un poco de cerveza por la camiseta, dame otra caña —le digo otra vez.
—Coño, si no te has bebido la que te he servido. Bebes con los ojos.
—¡Estás loco, macho, beber con los ojos! —le suelto yo.
Me puso la caña. Yo soy el que pago y mando. Nos ha jodido.
—Ponte una camisa —me dice el Julito—. Vas a coger frío.
—Yo no cojo frío —le contesto.
El cuerpo nunca se me enfría. Los brazos, sí, pero no el cuerpo. De tener tanto tiempo los brazos en el mostrador se me enfrían un poco. Ahora el Barquero le dice al Lolo que le gustan las mujeres con mucho en la entrepierna. Ustedes ya me entienden.
—Arriba, abajo y por el medio —estaba diciendo el Barquero—. Mucho, todo negro. Eso sí que es bueno.
—Y detrás —volvió la cabeza el Lolo—. Detrás también tienen que tener.
—¡Joder! —exclama Santiago, que nuca dice nada—. ¡Que bueno! Que tengan por detrás es lo mejor.
—Como un felpudo, ¿eh, Santiago? —dice Julito, con esa voz pequeñita que tiene.
Arriba, abajo, en medio y por detrás —digo yo y le cojo al Barquero por la manga de la chaqueta—. Eso es lo que me gusta a mí, Barquero.
—¡Déjame en paz! —me gritó y se soltó.
—Bueno —dice otra vez el Ferrándiz—. ¿A que no sabéis dónde tienen el pelo más rizado? ¿A que no lo sabéis?
—Je, je, je! —ríe el Julito.
—Je, je, je —me río yo.
—Venga —insiste el Ferrándiz—, venga, decirlo. ¿A que no lo sabéis?
—En el...
—No —dice otra vez el Ferrándiz—. Ahí, no. No es donde pensáis. No, no —se ríe el Ferrándiz.
—¡Hombre, Ferrándiz, dónde va a ser! —exclama el Tomasín.
—Que no, Tomasín, que no —dice el Ferrándiz—. A ver, pensar un poco.
—¿Y dices que ahí no es?
—No.
—Joder.
—¡Machos estáis pez...! ¿Eh, qué quieres tú? —me mira el Ferrándiz.
—Yo lo sé —le digo—. Y ponme otra caña.
—¡Qué pesado eres, macho! —dice el Barquero. —Yo lo sé —digo y me bebo la caña que me ha puesto el Ferrándiz.
—Bueno, ¿os dais por vencidos?
—Espera —dice el Barquero—. Deja que piense. ¿Ahí no es, no?
—Ya te lo he dicho, no.
—En el sobaco, no —dice el Lolo.
—¡Venga, Lolo, pareces memo! —dice Santiago que es el que menos habla.
—Ya —dice Lolo— ya, espera...
—Nada, chorizos —dice el Ferrándiz.
—Estoy pensando.
El Barquero pone el codo en el mostrador y la mano en la cara. El Julito se bebe su caña. Yo la mía.
—¡No eructes, tú! —me dice el Barquero.
—¡Eh! —le digo yo.
—Mirar —dice el Ferrándiz—, invito a la consumición de ahora al que me adivine dónde tienen las mujeres el pelo más rizado. Y no es ahí, donde estáis pensando. ¿Vale? Dónde tienen las mujeres el pelo más rizado y no es ahí.
Venga, a pensar.
—Ji, ji, ji —ríe Julito—. ¡Ay madre!
—Ferrándiz, yo lo sé —le digo a Ferrándiz.
—Vale macho.
—Que sí.
—Pues muy bien. No des el coñazo —dice el Barquero.
—Yo le sé, Barquero —digo. Y miro para otro lado, donde está el calendario con la chica en el campo y digo: — ¡Yo lo sé!
—Yo se lo digo a uno en el oído y doy pistas y el que antes lo sepa, está invitado.
—Vale, macho.
—Lo que tú no sepas, Ferrándiz —dice Julito.
—Lo que tú no sepas, Ferrándiz —le digo a Ferrándiz.
El Barquero se empina delante de Ferrándiz y le dice:
—Dímelo a mí. Somos los dos jueces.
—¡Macho eso no vale! —dice Santiago.
—Sí, hombre, yo no entro ya en el envite. ¿Te das cuenta? —dice el Barquero.
—Bueno.
—Pegó la oreja a la boca de Ferrándiz y el Barquero se reía. Venga a reírse. Pero yo lo sabía.
—¡Macho; qué bueno! ¡Pero qué bueno! —miraba a todos y se reía—. No lo vais a acertar nunca.
—Je, je, je —el Ferrándiz.
—Yo lo sé —digo yo. Me lo había dicho la chica esa, la Adela, y también más gente. Un día se lo pregunté y ella me lo enseñó. Lo vi bien claro. Ahora me estaba acordando. Me acababa de acordar ahora quién me lo había dicho.
—A mí me lo han dicho —le sacudí al Barquero la chaqueta—. Yo lo sé. En el...
—¡Suelta, haces daño! —me dice.
—¡Es que lo sé!
—¡Qué vas á saber!
—Qué vas a saber tú —dice el Ferrándiz—. Si eres anormal.
—Pues lo sé.
—A ver dímelo —dice el Barquero.
—Se lo digo. Luego le dije:
—Me lo ha dicho Adela, la de la portería. Y me lo ha enseñado.
Miré a todos, sobre todo al Barquero.
—Mira, macho, no lo sabes —me dice otra vez.
—¡Je! —digo yo.
—Es bobo —dice el Barquero y se vuelve al Ferrándiz—. Estropea todas las bromas.
—Lo sé. Lo sé. Lo sé —digo.
—Bueno, vámonos para casa —dice Lolo.
—Yo no pago —digo yo.
—¿Que no? —dice Ferrándiz—. ¿Que no pagas?
—Lo he sabido —digo yo.
—Mira, macho —dice el Barquero—. Es en África donde las mujeres tienen el pelo más rizado. ¿Te has enterado?
No sé lo que me entró, señor inspector. Le cogí por la cabeza y se la estrellé contra el mostrador. Vaya que si salió sangre. Un río. Y todos se pusieron a mirarme y a mirarme. Para que se vayan enterando. Manuel Rivas нам попадался на зуб с "
Траекторией мяча". Не хотите продолжить знакомство? Есть такая милая дама, Almudena Grandes, рассказы немаленькие, но интересные. А как насчет Roberto Bolaño? Обожаю его
Putas asesinas! Здоровый рассказ, заррррраза, но можно поделить, как "
Маниатический реализм".
Отрывок для впечатления:
—Te vi en la televisión, Max, y me dije éste es mi tipo.
—(El tipo mueve la cabeza obstinadamente, intenta resoplar, no lo consigue.)
—Te vi con tu grupo. ¿Lo llamas así? Tal vez digas banda, pandilla, pero no, yo creo que lo llamas grupo, es una palabra sencilla y tú eres un hombre sencillo. Os habíais quitado las camisetas y todos exhibíais el torso desnudo, pechos jóvenes, bíceps fuertes aunque no tan musculados como quisierais, lampiños la mayoría, la verdad es que no presté mucha atención a los pechos, a los tórax de los otros sino al tuyo, algo en ti me llamó la atención, tu cara, tus ojos que miraban hacia el lugar en donde estaba la cámara (probablemente sin saber que te estaban grabando y que en nuestras casas te veíamos), unos ojos sin profundidad, distintos de los ojos que tienes ahora, infinitamente distintos de los ojos que tendrás dentro de un rato, que miraban la gloria y la felicidad, los deseos saciados y la victoria, esas cosas que sólo existen en el reino del futuro y que más vale no esperar pues nunca llegan.
—(El tipo mueve la cabeza de izquierda a derecha. Insiste con los resoplidos, suda.)
—En realidad, verte en la televisión fue como una invitación. Imagina por un instante que yo soy una princesa que espera. Una princesa impaciente. Una noche te veo, te veo porque de alguna manera te he buscado (no a ti sino al príncipe que también tú eres, y lo que representa el príncipe). Tu grupo danza con las camisetas atadas alrededor del cuello o de la cintura. Podría decirse también: enrolladas, que según los viejos más inútiles significa voluta o empedrar con rollos o cantos, pero que para mí, que soy joven e inútil, significa una prenda de vestir enrollada alrededor del cuello, del tórax o de la cintura. Los viejos y yo vamos por caminos distintos, ya lo puedes apreciar. Pero no nos distraigamos de lo que de verdad nos interesa. Todos vosotros sois jóvenes, todos ofrecéis a la noche vuestros himnos, algunos, los que encabezan las marchas, enarbolan banderas. El locutor, un pobre diablo, se queda impresionado por el baile tribal en el que tú participas. Lo comenta con el otro locutor. Están bailando, dice su voz de palurdo, como si en nuestras casas, delante del televisor, no nos diéramos cuenta. Sí, se divierten, dice el otro locutor. Otro palurdo. A ellos, en efecto, parece divertirles vuestro baile. En realidad sólo se trata de una conga. En la primera fila son ocho o nueve. En la segunda fila son diez. En la tercera fila son siete u ocho. En la cuarta fila son quince. Todos unidos por unos colores y por ir desnudos de cintura para arriba (con las camisetas atadas o enrolladas alrededor de la cintura o en el cuello o a modo de turbante en la cabeza) y por recorrer bailando (puede que la palabra bailar sea excesiva) la zona en donde previamente os han encerrado. Vuestro baile es como un relámpago en medio de la noche de primavera. El locutor, los locutores, cansados pero aún con una chispa de entusiasmo, celebran vuestra iniciativa. Recorréis las gradas de cemento de derecha a izquierda, llegáis a las vallas metálicas y retrocedéis de izquierda a derecha. Los que encabezan cada fila portan una bandera, que puede ser la de vuestros colores o la española; el resto, incluido el que cierra la fila, agita banderas de dimensiones más reducidas o bufandas o las camisetas de las que previamente os habéis despojado. La noche es primaveral, pero aún hace frío, por lo que vuestro gesto adquiere finalmente la contundencia que deseabais y que en el fondo se merece. Después las filas se deshacen, comenzáis a entonar vuestros cantos, algunos alzáis el brazo y saludáis a la romana. ¿Sabes cuál es ese saludo? Ciertamente lo sabes y si no lo sabes en este momento lo intuyes. Bajo la noche de mi ciudad, tú saludas en dirección a las cámaras de televisión y desde mi casa yo te veo y decido ofrecerte mi saludo, contestar a tu saludo.Могу порыться еще в той же книжке, откуда выполз на свет божий
Маниатический реализм... Там интересного-то много...
Ваши
конкретные предложения, дамы и господа?